Ver Dos mujeres (2017) online

Martin Provost dirigió en 2013 una película titulada Violette, crónica íntima y delicada de la relación entre Simone de Beauvoir y Violette Leduc, dos de las pensadoras y escritoras más influyentes del siglo XX francés. Lo hizo sin énfasis alguno, con un tono cercano y realista, sin ningún resabio épico, aunque a veces estas mismas virtudes condenaran al film a una cierta monotonía. Teniendo en cuenta que la otra película más popular de Provost, sin embargo, es Séraphine, donde la vida de la pintora Séraphine de Senlis lo abocaba esa vez a un retrato bastante más sesgado y chillón, es de agradecer que Dos mujeres, su último trabajo, se aleje de la historia cultural y se zambulla sin complejos en la cotidianeidad, donde –a juzgar por los resultados— puede que encuentre una voz definitivamente propia. Pues, en efecto, estamos ante una película aún inmadura y dubitativa, pero poseedora de ciertas cualidades no demasiado frecuentes en el cine comercial francés de los últimos años: del pudor narrativo a la distancia adecuada en la puesta en escena, de la dirección de actrices abordada con tacto y discreción al respeto por los personajes y sus decisiones dramáticas, Dos mujeres rehúye los tópicos inherentes al género en que se inscribe para proponer una historia contada a media voz, sin estridencias ni subrayados.


Dos mujeres - Cartel
Una de las dos mujeres del título español es Claire (Catherine Frot), comadrona separada y con un hijo veinteañero a punto de ser padre, que vive una existencia solitaria y quizá demasiado ordenada. La otra es Béatrice (Catherine Deneuve), su madrastra, que huyó de su lado en un momento decisivo y reaparece ahora enferma de cáncer, en apariencia para recibir sus cuidados. Estamos, pues, ante una trama que bien podría haber dado lugar a las típicas situaciones alternas, del humor al melodrama, en las que un par de personajes muy distintos aprenden a entenderse y a quererse tras un periodo inicial de enfrentamiento. Y algo de eso hay en la película de Provost, que en ocasiones se decanta hacia la guerra de egos, tanto de personajes como de actrices --en este caso dos de las máximas divas del cine francés actual--, y propicia algunas escenas facilonas, de esas que ya hemos visto demasiadas veces y en mejores condiciones. Sin embargo, cuando Provost –aquí guionista único, prescindiendo esta vez de su habitual compinche Marc Abdelnour— se centra en Claire, en realidad la protagonista de la historia, la película gana puntos y se convierte en otra cosa.


No quiero decir con ello que sobre Deneuve, nada más lejos de mi intención. Al contrario, ocurre que su personaje es otra circunstancia más de la vida de Claire, que Provost congela en un momento crítico. A las puertas de la vejez, Béatrice será el espejo en que se verá obligada a mirarse, su posible destino y a la vez el detonante para que empiece a reconciliarse con su pasado en ese trance peligroso que –por si fuera poco— incluye su despido del hospital en el que trabajaba. Pero también su hijo desempeñará un papel decisivo en este sentido, obligándola a enfrentarse igualmente con el paso del tiempo, con la asunción de su nuevo estatus ya no solo de madre, sino también de abuela. Lejos de efectuar un elogio de la tradición familiar, no obstante, Provost prefiere hablar del ciclo de la vida, de la renovación constante, y para ello añade otro personaje que podría parecer superfluo pero ayuda a completar el cuadro: Paul (Olivier Gourmet), camionero y granjero, en quien Claire encuentra también una nueva posibilidad de vida futura. Así, Dos mujeres termina huyendo del sentimentalismo como de la peste y centrándose en el bosquejo de una figura femenina inmersa en un convulso periodo de cambio vital, que bien podría representar ese fantasma del pasado que viene a visitarla inesperadamente. A veces no consigue su propósito, más por prudencia que por exceso, sin saber muy bien qué camino tomar, pero cuando lo logra llega a proporcionar incluso unas cuantas escenas conmovedoras. En una de ellas, para terminar, Claire y Béatrice miran diapositivas del padre y marido ausente proyectadas en una puerta, en la que de repente aparece el hijo, de sorprendente parecido físico. Pues bien, esas dos sombras en una superficie blanca, esa coincidencia de tiempos en un solo plano, son también el emblema estilístico de Dos mujeres en sus mejores momentos.